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viernes, 21 de enero de 2011

El buen alumno

De un tiempo a esta parte vengo observando las diferentes actitudes de los alumnos con sus respectivos maestros, el tipo de relación que les une y los vínculos que crean entre ellos. No sólo en el campo marcial, sino también en el resto de aspectos de la vida, del arte, de la filosofía... Cada alumno enfoca la relación con su maestro de una manera diferente, aunque hay ciertos patrones que se repiten de manera sistemática y, por supuesto, cada individuo cree que el patrón de actuación que sigue, él mismo con su maestro, es el correcto para avanzar en su aprendizaje y poder considerarse un buen alumno del que su instructor pueda estar orgulloso. Ello me lleva a preguntarme... ¿qué es un buen alumno? ¿por qué? y, sobre todo, ¿para qué?

Todos partimos del desconocimiento, iniciamos nuestro movimiento desde la inmovilidad. Todos tenemos nuestros caminos, en ocasiones sencillos, en ocasiones tortuosos, y todos diferentes; en ocasiones nos encontramos perdidos y en ocasiones encontramos un guía... ¡qué maravillosa se vuelve entonces la travesía! Caminamos detrás de él, nos va relatando historias, nos revela los pequeños detalles del camino en los que no habíamos reparado, vamos viendo el mundo con nuevos ojos y nos hace replantearnos si no deberíamos volver a andar lo andado. En algún punto del camino tendemos la mano a nuestro guía, le confiamos nuestro andar y dejamos que conduzca nuestros pasos,  en algún punto del camino el guía se vuelve maestro.
Un maestro y su discípulo caminan.
El discípulo pregunta: “¿Adónde vamos, maestro?”
El maestro responde: “Ya estamos”.

El guía enseña, pero es el maestro el que educa, es un faro que ilumina los detalles del camino y también nos enseña a caminar, la luz es tal que en ocasiones ciega y ahí es donde entra su gran labor educadora, enseñándonos a dosificar la luz y a ver en la oscuridad... pero no hay que olvidar que esa luz que tanto deslumbra es la misma que arroja sombras a su alrededor.

A través de la educación el caminante adquiere una deuda con su maestro, una deuda de confianza y de admiración. El caminante sigue sus pasos, copia sus gestos, adopta sus costumbres, quiere ser como él... y el caminante se vuelve alumno.


Un buen alumno es el fracaso de un maestro

Un buen alumno es el fracaso de su maestro, porque un maestro no debe formar alumnos, sino personas o, mejor aún, otros maestros. ¿Qué habría sido de Aristóteles si hubiese sido un fiel defensor de las teorías de su maestro Platón? Habría sido una sombra de éste, incapaz de salir de su sendero, un pequeño Platón que quedaría tras de él como una estela, un libro escrito por otro, continente de palabras y sentencias muertas.

Podrá pensar el lector que, por contra, el mismo Platón era un buen alumno de su maestro Sócrates, pero nada más lejos de la realidad, no hay que confundir el respeto con la superación del maestro: Platón fué un buen alumno de Sócrates, pero supo ir más allá del camino que le dibujó su maestro, empezando por escribir sus pensamientos, cosa que Sócrates nunca hizo por ser contraria a su forma de entender la filosofía. Sin embargo Platón hizo uso de una metodología que no aprobaba su maestro, construyéndose a sí mismo (e incluso construyendo una imagen de su maestro, ya que, a falta de escritos de Sócrates, los de Platón son una de las pocas fuentes que quedaron para reflejar también su pensamiento) y se ganó el puesto de uno de los más grandes en el campo de la filosofía.

¡Qué maravillosa descendencia dejó Sócrates! Su discípulo Platón supo teorizar más allá de sus mordaces preguntas; y Aristóteles, el alumno del alumno, supo romper con la tradición para crear nuevos caminos y otra forma de entender la realidad. ¿Puede un maestro aspirar a más?

¡Ahora yo me voy solo, discípulos míos! ¡También vosotros os vais ahora solos! Así lo quiero yo.
En verdad, éste es mi consejo: ¡Alejaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aún mejor: ¡avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado.
El hombre del conocimiento no sólo tiene que poder amar a sus enemigos, tiene también que poder odiar a sus amigos.
Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no vais a deshojar vosotros mi corona?
Vosotros me veneráis: pero ¿qué ocurrirá si un día vuestra veneración se derrumba? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua!
¿Decís que creéis en Zaratustra? ¡Mas qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes, ¡mas qué importan todos los creyentes!
No os habíais buscado aún a vosotros: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso vale tan poco toda fe.
Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros; y sólo cuando todos hayáis renegado de mí volveré entre vosotros.
En verdad, con otros ojos, hermanos míos, buscaré yo entonces a mis perdidos; con un amor distinto os amaré entonces.

Así habló Zaratustra

Así es, Zaratustra no quiere discípulos que le sigan, quiere amigos que caminen a su lado. Es inevitable seguir a alguien alguna vez en nuestra vida, pero este seguimiento debe ser entendido como un periodo de instrucción, una preparación para caminar solos. Hay que "matar al padre", mientras tanto seguiremos siendo niños de la mano de un adulto. Cuando la idolatría impregna nuestro criterio nos convierte en una mala copia del original, unos seguidores que adolecen de falta de objetivos, una sombra de los pies que perseguimos, una firma robada,... un artista vuelto artesano.

Casi todo el mundo estará de acuerdo con todo lo hasta ahora expuesto, entonces... ¿dónde está el problema? en que nadie se encuentra capaz de dar ese paso. Mucha gente tiene ese maestro que le guía y le enseña, y al que no puede llevar la contraria porque la deuda que mantien con él se lo impide, pero hay que "independizarse", y eso no significa perder el respeto, pero permite, por contra, tener una visión diferente del mundo. Todo el mundo tiene unos padres a los que, la mayoría, respetamos, pero, a pesar de ello, rara vez coincidimos con ellos, porque su realidad no es la nuestra. Así, mientras aún somos niños, les escuchamos con devoción, pero ya de adolescentes empezamos a trazar nuestro camino. Y digo adolescentes, pues suele suceder que al compararnos con nuestro maestro nos veamos siempre como niños, pero ¿hasta cuándo podemos alargar nuestra infancia?¿hasta cuándo debemos alargarla? Porque el tiempo de vida es finito, no estaremos aquí para siempre, y de nosotros depende el que, cuando dejemos este mundo, lo hagamos como un viejo sabio, alumnos de maestros y maestro de alumos, o como niños que pasaron su vida jugando bajo la vigilancia de sus mayores.

Esta bien ser un buen alumno, siempre que se sepa pasar al siguiente estado. Parafraseando y adaptando la frase de Francis Bacon: "Ser un buen alumno es un buen desayuno, pero una mala cena". Poco más cabe añadir, se me ha hecho un poco tarde y ya va siendo hora de mi almuerzo.


Alberto Bravo

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