De un tiempo a esta parte vengo observando en el devenir habitual de las clases marciales, sean del tipo que sean, un desconcierto y confusión total acerca de los grados ostentados. Todo hombre decente evita, por decoro y buen hacer, que, al ser presentado a una fémina, su mirada de varón se pierda en los pechos de la nueva conocida ¡por muy ambicionada que sea la conquista de tal territorio!

Todo hombre con la cabeza bien puesta, sobre todo en los tiempos temerosos que hoy en día vivimos, evita el juzgar las costumbres de una persona por el color que exhibe su piel. Sin embargo estos hombres de bien no dudan en llegar por primera vez a un
dojo y juzgar a cada practicante por lo que para muchos, no sólo principiantes, es el único carné válido, la tarjeta de visita de todo artista marcial: el color del cinto. Yo lo entiendo, siempre es más fácil un
prejuicio que un
postjuicio, y sobre todo es más rápido. Bien es cierto que, como en tantas cosas, hay que tener paciencia y comprensión para con los novicios que arriban al mundo marcial, al fin y al cabo yo también pasé casi todas esas cosas y recibí la ayuda e instrucción necesarias para superar tales incorrecciones, mas no menos cierto es que los curtidos en otras artes guerreras o incluso en la propia disciplina deberían mantener una postura más clarificada acerca de tal
prejuiciamiento. Hay a este respecto dos conceptos semejantes pero a la vez muy dispares, hablo de la diferenciación entre
grado y
nivel.
El grado es esa titulación que tanto dinero cuesta siempre, los más mercantiles por las tasas de examen, los más justos por los abonos mensuales de estudio. El grado es ese diploma que el licenciado cuelga orgulloso en el salón de su casa tras años de esfuerzo mental, físico y económico. No es para menos, ¿qué santo no se vería tentado por la opulencia de vestir su hogar con sus milagros? ¿qué noble caballero no quiere otear sus títulos nobiliarios desde la alta torre de su castillo? Podría hablar de los tiempos que corren para justificar esta contagiosa "titulitis", de la competencia feroz que hoy en día nos hace luchar por ser mejores que el vecino, de la especialización deshumanizada de la industrialización moderna... pero no nos engañemos, esta voracidad de titulación no es más que el traje con que se atavia de cuando en vez nuestra ansia de reconocimiento social, y no es algo malo, siempre que no se torne enfermizo ni se priorice frente a otras necesidades.

El
nivel es nuestro grado interior. El
nivel nadie nos lo otorga, el
nivel no se puede colgar en una pared, no tiene forma, no es un contenido. El
nivel es un continente y el
grado es la
etiquetación que le hemos puesto para que quien no conoce el recipiente pueda hacerse a la idea de para qué puede usarse. El
nivel es parte de nosotros, no es un papel ni un reconocimiento exterior, es el valor real de lo que se practica, es la búsqueda y el interés, el
nivel somos nosotros mismos. Retomando el caso del licenciado y su título, nuestro graduado comparte moneda con otra faz de clase social más baja, aquel obrero que lleva trabajando desde los 14, no conoce otra escuela que la experiencia y desempeña el empeño de hacer las cosas bien, pura virtud que no puede ser descubierta si no es por medio de la experimentación directa.
La mochila se va llenando de grados, y los grados pesan, lo único que nos puede ayudar a sobrellevar ese peso es el nivel, un nivel que, para nuestro bien, siempre tiene que ser superior a los grados que portamos para que podamos andar erguidos, en el momento que no puedes compensar con nivel el peso de tu macuto éste te aplastará, en público o en solitario, una vez ocurrido esto es muy difícil volver a erguirse y continuar al camino.